“Nunca cambies” debe ser la frase que más leí en los mensajes de despedida de la secundaria, tópicos, claro, oraciones no reflexionadas ni que invitan a la reflexión, “nunca me olvides”, “sé feliz”, “nunca cambies”. Eso era el final de una etapa resumido en una frase.
Pero las palabras son peligrosas, los refranes, los slogans, ¿no cambiar?, si luego nos bombardea la publicidad con mensajes que invitan a lo contrario, a atreverse, a salir de la zona de confort, a evolucionar. Bueno, cualquier persona que no cuestiona se confundiría un poco con esto. Se confundiría como se confunden los que necesitan una guía o creen que necesitan una para proseguir su camino y al escuchar un consejo lo siguen a rajatabla, sea cual sea circunstancia.
Aquí me quiero detener, más exactamente en el dolor de un rompimiento de pareja. Conozco amigas y me ha pasado a mí también que al terminar una relación sale una determinación desde algún punto de nuestro ser que nos dice: «no hagas lo mismo, cambia, no seas como fuiste esta vez porque si sigues siendo así, no te amarán, de nuevo». Y ay ay ay, aquí está lo delicado, no creo que se trate de blancos y negros, de determinaciones fulminantes, de fórmulas a rajatabla. Cada relación es única, cada circunstancia, tiempo y espacio también. Entonces, no estoy de acuerdo con que se aplique radicalemmtente esto de hacer las cosas distintas. Es decir, a veces es claro que algo andamos haciendo mal y si lo cambiamos tal vez encontremos resultados distintos, sí, de acuerdo. Pero creo, confío en que una cosa no debería cambiar: lo que eres y quieres seguir siendo, eso de ti que te gusta y quieres que siga identificándote.
Temo mucho que no se entienda bien mi idea, pero por eso la escribo para que si quieren darle vueltas conmigo, me lo digan y lo hagamos. Yo pienso que hay algo de nuestra esencia, algo que nos gustaría conservar en todas las versiones de nosotros que no habría que cambiar. Pongo ejemplo para explicarme mejor:
Felipa se ha enamorado por quinta vez, se ha entregado al amor de la única manera que puede hacer, dándolo todo, y por quinta vez le han partido el corazón. Seguro Felipa piensa: nunca más, una sexta y me muero, mejor aquí cierrro el chiringuito, ni más. O también puede pensar: esta vez no me la hacen, cambiaré, lo daré todo de nuevo, así soy, pero me adaptaré a los gustos de mi sexto amor, si no le gusta que yo diga tacos (malas palabras) pues no lo diré, sí, cederé a él, a sus gustos, si no le gusta que tenga amigos, no los tendré, y si le gusta el pole dance, aprenderé. O puede dejar de darlo todo ¿no? Jaja, no tocaré este tema, me quedaré más bien en ese “ceder”.
Ese ceder de Felipa puede hacerle cambiar algo de ella misma con lo que se siente cómoda o que es su esencia, a esto me refiero. Puede estar muy bien para algunas personas, ser “educada” y no decir tacos, ser reservada y poco sociable o experimentar el pole dance. Pero decir malas palabras puede ser desenfadado y divertido para otras, puede ser horrible para alguien que a uno no le guste conocer gente o puede parecer d emal gusto bailar pole dance. Esto no se puede controlar, a esto voy, a que Felipa siga siendo como es, en plan esencia (cosas que le guste ser y quiera conservar) por ella, no por el supuesto sexto amor, que quién sabe quién sea, quién sabe qué le guste o disguste, quién sabe en qué etapa de su vida esté.
Me refiero a Felipa y Felipe, a ti, lectorcito, a cualquiera, cambiar algo que te gusta porque supones que así le gustará más a tu flaco/a, nel pastel. Dale vueltas, la vida es muy corta como para complacer a los demás, la vida pasa muy rápido, mejor que intentemos ser como nos cante a nosotros mismos.
Y para terminar dejaré la fotito que le hice a un párrafo de Mientras escribo de Stephen King, pedacito que inspiró este post.
